En el vértigo y la hora
acechaba el dolor. Rugía
la metralla de la vida tan ávida de
carne
que salimos de allí con la piel
envejecida
de años.
Vino la muerte con velocidad y ruido
y borró de nuestros labios la palabra
“árboles”
y miles de palabras semejantes.
Vino el horror con las faldas
levantadas
para bailar sobre las vías de su
miedo.
Ahora es un tiempo de suspiros,
del roce de la tela de un pañuelo,
del gesto que comprime una parrafada,
de pensar en Dios y buscar consuelo.
Luego, volver,
porque siempre volvemos,
a la página en blanco,
al camino sereno.